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De la muñeca de plástico al Mundial: la ruta de las pioneras del judo español

De la muñeca de plástico al Mundial: la ruta de las pioneras del judo español
martes 10 noviembre, 2020 - 3:44 AM

Madrid, 10 nov (EFE).- La primera campeona olímpica española fue una judoca. Miriam Blasco se colgó el oro en Barcelona’92 y abrió en el techo de cristal del deporte español un boquete por el que ya se han colado otras 49 medallas.

Solo doce años antes de aquel hito, las mujeres que practicaban el judo no tenían ni siquiera un campeonato del mundo en el que competir con sus pares.

En España, cuando disputaban un torneo local les regalaban “una muñeca de plástico, de esas de feria, vestida de judoca”. Y cuando salían a combatir fuera, lo hacían “con un chándal del ejército” o con una equipación prestada, que luego tenían que devolver para que la usara la siguiente.

Hace ahora 40 años, en noviembre de 1980, se disputó en Nueva York el primer Mundial femenino de judo. Solo para mujeres, porque los hombres tenían sus propias fechas y su mundial desde 1956. Veinticuatro años de retraso que aún se quedan cortos si se trasladan al ámbito olímpico: ellos fueron a los Juegos en 1964, pero ellas tuvieron que esperar precisamente hasta 1992, 28 años después.

Siete españolas participaron en aquel primer campeonato del mundo, disputado en el Madison Square Garden. Fueron las pioneras del judo español, unas ‘raras’ que competían sin público porque el suyo se consideraba un deporte de hombres, las que conocieron las primeras concentraciones y los primeros viajes al extranjero y las que dependían de la ayuda de sus madres para seguir compitiendo cuando tenían hijos.

María Luisa Iglesias (-48 kg), Sacramento Moyano (-52), Lucía Mañes (-56), Pilar Otegui (-61), Delia Blanco (-66), Inés Kaspers (-72) y Menchu Gutiérrez (+72) formaron aquella expedición que viajó a Nueva York acompañada por nueve federativos.

“Me puso de mala leche ver que había más federativos que deportistas. Luego, muchos ni estuvieron en la competición”, comentó a Efe María Luisa Iglesias, al recordar aquel viaje.

“Cuando perdí por el pase a la final, estaba sentada sola en las gradas del Madison Square Garden, llorando como una magdalena, y llegó el médico del equipo con un algodoncito en la mano para curarme un roce que tenía en la frente. Como si estuviera llorando por eso. Lo tengo grabado en el corazón”, dijo la exjudoca, que había sido bronce europeo en 1978, para ilustrar la escasa atención que les prestaban.

“No teníamos móviles, ni viajábamos con cámaras. No tengo fotos de aquel Mundial, ni ningún recuerdo objetivo, solo el diploma”, lamentó Iglesias.

“Acudir al primer mundial era la pera. Y más en Nueva York. Mi problema, como siempre, era dar el peso, así que uno de mis recuerdos es que cuando las demás comían, yo miraba. Luego di el peso sin problema”, apuntó.

Pero la escena del pesaje es una de las que María Luisa tiene grabadas en la memoria: “Me llamó mucho la atención que nos hicieron pesarnos desnudas. Recuerdo una fila de mujeres sin ropa en el hotel. Querían comprobar… ¡que éramos chicas!”.

La primera vez que compitió en judo fue en un campeonato entre clubes de Madrid. Luego pasó a Castilla. De entonces recuerda lo del premio de la muñeca de feria vestida con el judogi. Y también la manera ‘femenina’ de competir, sin combate.

“Los jueces puntuaban la técnica, el ‘randori’…, pero sin combatir con rival. En función de cómo ejecutabas los movimientos, te daban la puntuación. El primer campeonato de España se hizo así. Al segundo año ya hubo competición”, señaló.

En la primera concentración de judo femenino en España estuvieron muchas de las que luego serían mundialistas: “Fue en un colegio mayor de Madrid, sería en 1976 o 1977. Luego nos llevaron a otra concentración en Santander, ya con chicos”.

Al dar aquellos primeros pasos, el judo femenino estaba aún muy lejos del profesionalismo que alcanzaría años después. Todo era improvisado.

“Si quedabas campeona de España, un tiempo después te llamaban para decirte que pasaras a recoger un chándal, que a la semana siguiente te ibas al campeonato de Europa. Así, sin más. El primer chándal que me dieron era del ejército español, verde y con la bandera española. Iba más orgullosa que nada. Cuando competí por Alicante en 1980 nos dieron un chándal amarillo de Adidas, pero luego había que devolverlo para que lo usara otra en la siguiente competición”, rememoró Iglesias.

Estudió medicina e INEF y para ella los Juegos Olímpicos llegaron demasiado tarde.

“Cuando se disputó aquel primer mundial decían que tendrían que pasar dos o tres mundiales antes de que el judo femenino fuera olímpico. El tiempo corre, yo estudiaba medicina. Me peleé con Sergio Cardell (luego entrenador de Miriam Basco y fallecido en vísperas de Barcelona’92). Cuando llegó el 92 ya tenía 34 años, demasiado tarde”, comentó Iglesias desde su domicilio de Murcia, donde aún tiene un tatami montado en casa.

Por el camino, gracias a que su pareja era presidente de la Federación Murciana de Lucha, tuvo la opción de acudir a los Juegos como médico de este equipo. “Pero había sido madre en mayo y elegí quedarme con mi hija. Me habría encantado que el judo femenino hubiera sido olímpico antes y haber tenido el objetivo de entrenar para unos Juegos”, confesó.


Ella misma compitió en lucha, pero tuvo que hacer frente a una nueva barrera: “En ese momento no había lucha libre femenina y mi marido me puso en lucha sambo. Fui campeona de España y luego fui a una competición en Moscú en 1990 y me quedé alucinada: 900 mujeres compitiendo, nunca había visto nada igual”.

Ahora, opina Iglesias, tanto en judo como en lucha las mujeres españolas “son muy buenas”.

“Pero nosotras abrimos paso. No es que me sienta pionera, es que soy pionera del judo español. Las de aquel mundial fuimos las que abrimos la puerta”, aseguró Iglesias.

Su compañera Sacramento Moyano, cinco veces medallista europea y también presente en aquel viaje a Nueva York, coincidió en “la ilusión muy grande” que fue participar en el primer mundial, en una época en la que, dijo, “competíamos y nadie venía a vernos, porque el judo se consideraba un deporte de hombres”.

“En Nueva York me encontré con gente con la que no había competido nunca, las chinas, las japonesas… Perdí en el combate anterior a la final, y luego caí en la repesca con una japonesa. Después las competiciones empezaron a ser mixtas, pero a mí me quedaba poco, ya me retiré”, señaló Moyano, cuyo marido, Vicente Cepeda, fue el segundo entrenador de aquella selección, ayudante de José Luis de Frutos.

“Daban como premio, además de las medallas, un diamante valorado en 250.000 pesetas, por aquello de que éramos mujeres”, destacó la que luego fue seleccionadora española.

En el plazo de poco más de un mes, fue campeona de Madrid, campeona de España y subcampeona de Europa, en 1976. Y todo ello, con un hijo en casa.

“Me casé con 19 años y tuve a mi hijo con 21. Hasta que me retiré a los 36, todas mis medallas, cinco, las he ganado como madre. En septiembre tuve a mi hijo y en enero ya estaba compitiendo. Lo veía natural. Me quedé con una fuerza terrible, en los cinco meses siguientes al parto me encontraba fenomenal”, subrayó Moyano.

“Hay que valorar a las que empezamos, porque no teníamos nada. Nos consideraban unas raras. Mi madre me dijo que al primer dolor que tuviera, se acababa eso del judo. Pero era masajista y al final era ella la que me curaba, la que cuidaba a mi hijo”, dijo.

Tras asistir a cómo “poquito a poco el judo femenino fue subiendo”, lamentó también no haber llegado a su estreno olímpico: “Ya podía haber nacido yo 15 años más tarde”, bromeó.

De las cinco medallas olímpicas del judo español, cuatro las han ganado las mujeres.

“Deportivamente hemos progresado mucho, pero creo que antes había más espíritu de equipo. Antes éramos más compañeras y más amigas, ahora veo a la gente más despegada”, señaló.

El quinto puesto de Inés Kaspers fue el mejor resultado de España en el Mundial de 1980, en el que Austria fue el equipo vencedor, con tres medallas de oro. Japón solo ganó una plata. “Muchos países que no habían prestado atención al judo femenino empezaron a ponerse las pilas a partir del Mundial”, destacó María Luisa Iglesias.

Tanto ella como Sacramento Moyano coincidieron en que haber sido judocas es de lo mejor que les ha pasado en la vida. Porque, como dice el eslogan lanzado por la Federación Internacional de Judo (IJF) para celebrar el cuadragésimo aniversario del primer mundial, “el mundo es un lugar más rico con el judo femenino”.

“Todo, todo lo recuerdo como positivo. Para mí, hacer judo, entrenar, era lo máximo”, dijo Iglesias, ahora funcionaria en la Región de Murcia y que ha “dado tumbos” por distintos puestos, algunos relacionados con el deporte y otros no tanto. No hay problema porque, como destacó, está acostumbrada a hacer de todo desde sus años en el mundo de la lucha: “Yo era la mujer del presidente y hacía de entrenadora, médica, señora de la limpieza y lavaba el chándal de unos para luego dárselo limpio a otros”.

Sacramento Moyano sigue “viviendo del judo” gracias al Club Budokan que regenta en Madrid junto a Vicente Cepeda. “Me encanta seguir dando clases a niños. Algunos se extrañan y me dicen que sus abuelas no hacen judo como yo”.

Ahora, capea como puede las consecuencias de la pandemia de covid y lamenta que los niños no vayan al club “porque sus padres tienen miedo”.

“Esto no va a acabarse de hoy para mañana y, o hacemos deporte o esta generación tendrá problemas de obesidad y de salud. Hay que seguir viviendo y haciendo deporte, que ayuda a estar fuerte y sano y a tener el organismo preparado para lo que pueda pasar”, afirmó.

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