Desde el 7 de julio de 1998 hasta el 23 de septiembre de 2022. Desde la primera ronda del ATP de Gstaad, hasta el cierre del Día 1 de la Laver Cup. Fue un maravilloso viaje de 8844 días, con veinte trofeos de Grand Slam conquistados y 1526 partidos disputados (1251 de ellos, con éxitos). Se trató de una aventura inigualable que nació hace 24 temporadas, sobre el polvo de ladrillo helvético frente a un rival argentino (Lucas Arnold Ker, quien se impuso por un doble 6-4), y que se extinguió melancólicamente sobre la carpeta gris plomo del O2 Arena de Londres, en un desafío de dobles, haciendo pareja con el español Rafael Nadal, el máximo rival de su carrera. A los 41 años y con una rodilla dañada que no le permite avanzar más allá, se despidió Roger Federer , el mito. Y nada será igual. Pero el legado del suizo es perpetuo.
Para que el cierre sea perfecto, la última sinfonía, probablemente, debió haber sido en el centre court de Wimbledon, donde se coronó ocho veces (más que nadie). O en el estadio del ATP de Basilea, su ciudad natal, donde levantó diez veces el trofeo. Muchos soñaron con un final al estilo Pete Sampras en 2002, ganando el Abierto de los Estados Unidos y no volviendo a jugar nunca más. Pero, vaya paradoja teniendo en cuenta que construyó una longeva carrera con un cuerpo en armonía, el problema de meniscos de la rodilla no le permitía a Federer proyectar mucho más de estas semanas. Así fue como todo se armó para que el certamen de exhibición que organiza su propia compañía (Team8) fuera el último baile. Sus piernas, prodigiosas durante décadas, ya no lo dejaban competir en singles, por eso decidió actuar en dobles y con Nadal, quien fue su mayor pesadilla y que terminó siendo uno de sus mejores socios fuera de los courts.
La caída por 4-6, 7-6 (7-2) y 11-9 ante los estadounidenses Jack Sock y Frances Tiafoe, en dos horas y trece minutos, es una anécdota. Se notó que la mente y el corazón de Federer viajaban a otra velocidad que su cuerpo desgastado. El tiempo pasa para todos, incluso para Roger, que tantas veces desafío al reloj.
La última noche, con las casi 17.000 butacas del estupendo O2 Arena ocupadas, fue, en realidad, un camino nostálgico hacia el pasado . Un pasado de excelencia, de dominio del circuito casi en puntas de pie, cual si fuera un bailarín clásico. Es que Federer se retiró sin ostentar el récord de títulos individuales de Grand Slam (Nadal, con 22, y Novak Djokovic, con 21, lo superan), ni teniendo la mayor cantidad de trofeos totales (103, seis menos que Jimmy Connors), pero su virtuosismo fue incomparable. Nadie que haya empuñado una raqueta alguna vez logró jugar como él. Nadie tuvo su gracia, su elegancia, su perfección y su precisión en movimiento.
Número 1 del mundo durante 310 semanas, atravesó distintas generaciones; actuó ante rivales nacidos en los ‘60 y en los 2000. Se convirtió en un ícono del mundo (y del mercado) de las raquetas. Nadie acumuló más admiración (y dinero) que el suizo. Ídolo en los cinco continentes en los que jugó. Sus registros, interminables y hasta empalagosamente celebres, no dicen el peso que sí posee su legado. Como en su momento Muhammad Ali o Michael Jordan. Roger fue, sin dudas, el mejor embajador de la historia del tenis. Respetuoso, alejado de los escándalos, cultor del juego limpio. Todo un ejemplo.
El escenario final, en la Laver Cup, fue el ideal para el gran Roger, con sus padres (Robert y Lynette), su esposa (Mirka; una pieza clave para que el viaje haya durado más de lo esperado) y sus hijos (Charlene Riva, Myla Rose, Leo y Lenny) en las tribunas, todos emocionados y con los ojos humedecidos. Con los integrantes de su equipo (como el croata Ivan Ljubicic, su último coach, y Severin Luthi, su amigo y también entrenador) disfrutando del espectáculo. Con grandes leyendas distribuidas en el estadio, como el sueco Stefan Edberg (realizó el sorteo del partido), Rod Laver y Stan Smith. Con figuras del espectáculo y de la moda (Anna Wintour) aplaudiendo. Federer fue un símbolo que trascendió el deporte y que llegó a los niveles más altos e insospechados. Su idilio con el público no solo se sintió al saltar al court; avanzado el partido, los gritos de apoyo se fueron multiplicando. Nadie se resignaba a que fuera la última función.
Otras figuras del mundo de las raquetas, ausentes en Londres como el español Carlos Alcaraz, el croata Marin Cilic y el suizo Stan Wawrinka (compañero de Roger en la obtención del oro olímpico en dobles en los Juegos de Pekín 2008 y de la Copa Davis en 2014) comentaron cada movimiento en Twitter.
“He hecho esto miles de veces, pero esta vez es diferente. Gracias a todos los que han venido esta noche”, había escrito Federer, en sus redes sociales, antes del partido. En las distintas publicaciones virtuales y en las tomas de la TV previas al partido se lo veía tenso y melancólico. Por ello no llamó la atención que ni bien terminado el partido, Federer bajara definitivamente la guardia y se largara a llorar, desconsolado. A su lado, la emoción de Nadal, que internamente también ve cómo se va terminando una etapa inigualable de desafíos, estremeció a todos (más tarde, en la conferencia de prensa, el mallorquín diría: “Con Roger dejando el Tour, es toda una parte de mi vida la que se va” ).
En esa misma rueda de prensa que terminó en la madrugada londinense, Federer expresó: “Querríamos jugar para siempre. Adoro estar en la cancha, adoro jugar contra estos chicos, adoro viajar. Nunca ha supuesto algo difícil para mí, ganando o aprendiendo de las derrotas, todo ha sido perfecto, me ha encantado mi carrera. Todo el mundo debe dejar la competición en algún momento. Ha sido realmente una aventura, formidable. Y por ello, estoy extremadamente agradecido”.
Un rato antes, ni bien finalizado el dobles y entrevistado por Jim Courier al pie del court, Roger apenas había logrado soltar algunas palabras (el exnúmero 1 estadounidense tenía más preguntas, pero comprendió que hasta allí había sido suficiente). Federer levantó su brazo, agradeciendo tanto amor, y fue directo a abrazarse con los integrantes de su familia. Sus cuatro hijos lo arroparon y él les susurró: “Estoy feliz, no estoy triste. Vamos a superar esto de alguna manera” . ¿Seguro que alguna vez lo podremos superar?