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La soledad y el debate sobre una deportista transgénero exitosa

La soledad y el debate sobre una deportista transgénero exitosa
martes 31 mayo, 2022 - 7:10 PM

Las mujeres del equipo de natación de la Universidad de Princeton conversaron sobre cómo la frustración colectiva se estaba convirtiendo en ira. Habían visto a Lia Thomas, una mujer transgénero que nadaba para la Universidad de Pensilvania, ganar competencia tras competencia, vencer a atletas olímpicas y batir récords.

El 9 de enero, el equipo se reunió con Robin Harris, directora ejecutiva de la conferencia atlética de la Liga de la Hiedra (Ivy League).

Las nadadoras, varias de las cuales describieron la reunión privada bajo condición de anonimato, detallaron las ventajas biológicas que poseen las atletas transgénero. Ignorar esto, afirmaron, “era socavar una lucha de medio siglo por la igualdad femenina en el deporte”.

Harris ya había declarado su apoyo a los deportistas transgénero y denuncia la transfobia. En una entrevista, afirmó que ya había respondido que no cambiaría las reglas a mitad de la temporada. “De alguna manera”, recordó una nadadora, “la cuestión de las mujeres en el deporte se ha convertido en una guerra cultural”.

La batalla sobre si se debe permitir que las atletas transgénero compitan en los deportes de élite femeninos ha alcanzado un tono iracundo, se ha vuelto una colisión de principios contrapuestos: el derecho de las mujeres a competir en el bachillerato, la universidad y los deportes profesionales, por el que tanto se ha luchado, contra un movimiento cada vez más grande que apoya que los atletas transgénero compitan en las categorías de su identidad de género elegida.

Aunque la cantidad de atletas transgénero en los equipos de élite es pequeña —es difícil obtener un conteo preciso, ya que ninguna de las principales asociaciones atléticas recopila ese tipo de datos—, los desacuerdos son profundos. Se centran en la ciencia, la imparcialidad y la inclusión, y llegan hasta el núcleo de las distinciones entre la identidad de género y el sexo biológico.

El rencor sofoca el diálogo. En las competencias, Thomas se ha encontrado con un silencio sepulcral y abucheos ahogados. Las atletas universitarias que hablan sobre frustración y desventaja competitiva son etiquetadas por algunos activistas como transfóbicas e intolerantes, y son reacias a manifestarse por temor a ser atacadas.

Thomas ha elegido el silencio. En marzo, tras ganar en el estilo libre de 500 yardas del campeonato femenino de la NCAA en Atlanta, decidió no asistir a una conferencia de prensa. Últimamente, solo ha conversado con Sports Illustrated, medio al que declaró: “No soy un hombre. Soy una mujer, así que pertenezco al equipo femenino”.

Antiguos aliados están tan divididos sobre el tema que la reconciliación luce como una posibilidad lejana. La mitad del equipo de la Universidad de Pensilvania de Thomas envió una carta a la institución, publicada por un abogado, en la que decían que la nadadora tenía “una ventaja injusta”. Sin embargo, Brooke Forde, medallista de plata olímpica con Stanford, apoya a Thomas. “El cambio social siempre es un proceso lento y difícil, y rara vez lo hacemos correctamente de inmediato”, afirmó.

Griffin Maxwell Brooks, clavadista transgénero no binario en Princeton que compite en el equipo masculino, publicó un video en TikTok acusando a las “mujeres cisgénero” de aprovecharse de la “misoginia para perpetuar la transfobia”.

Poco después, uno de los clubes de comida de Princeton le negó la inscripción a una nadadora, alegando que su “transfobia” podría traerle descrédito al club, según un nadador de Princeton.

Finalmente, y de manera inevitable, la política hiperpartidista de Estados Unidos ha electrificado este debate. Se les ha dicho a bibliotecarios que eliminen los libros con temas transgénero de los estantes. Legislaturas dominadas por los republicanos en 18 estados han introducido restricciones a la participación transgénero en los deportes de los colegios públicos en los últimos años, según datos de Human Rights Campaign, un grupo de defensa de los derechos LGBTIQ+.

El debate sobre la ciencia

Michael Joyner, médico de la Clínica Mayo en Rochester, Minnesota, estudia la fisiología de los atletas masculinos y femeninos. Para él, la natación competitiva es una placa de Petri: tiene un siglo de antigüedad y los sexos siguen prácticas y regímenes de nutrición similares.

Dado que las niñas preadolescentes crecen más rápido que los niños, tienen una ventaja competitiva al principio. La pubertad borra esa ventaja. “Cuando la testosterona aumenta en los niños ves la divergencia de inmediato”, dijo Joyner. “Hay diferencias dramáticas en el rendimiento”.

Los récords de los nadadores masculinos adultos de élite son, en promedio, entre un 10 y un 12 por ciento más rápidos que los récords de las nadadoras femeninas de élite. Esa ventaja se ha mantenido durante décadas.

No hay mucho misterio al respecto. Desde el útero, los hombres se bañan en testosterona y la pubertad acelera eso. En promedio, los hombres tienen hombros más anchos, manos más grandes y torsos más largos, así como mayor capacidad pulmonar y cardiaca. Los músculos son más densos.

“Existen aspectos sociales en el deporte, pero la fisiología y la biología son los que lo sustentan”, aseguró Joyner. “La testosterona es el gorila de 360 kilogramos”.

Cuando un atleta masculino hace la transición a mujer, la NCAA, que rige los deportes universitarios, le exige que se someta a un año de terapia de supresión de hormonas para reducir los niveles de testosterona. La NCAA implementó esto para disminuir la ventaja biológica inherente que tienen los que nacieron varones.

Thomas cumplió con este régimen.

Sin embargo, estudios revisados por expertos muestran que incluso después de la supresión de testosterona, las mejores mujeres transgénero conservan una ventaja sustancial cuando compiten contra las mejores mujeres biológicas.

Cuando Thomas ingresó a las competencias femeninas, ascendió sustancialmente en las clasificaciones nacionales. Entre los hombres, ocupaba el puesto 32 en el estilo libre de 1650 yardas; entre las mujeres, ocupó el octavo lugar y ganó una carrera esta temporada por un margen de 38 segundos.

La mayoría de los científicos consideran que las diferencias de rendimiento entre los atletas masculinos y femeninos de élite son casi inmutables. En 2010, el físico israelí Ira Hammerman examinó 82 eventos en seis deportes y descubrió que los tiempos de récords mundiales de las mujeres eran un 10 por ciento más lentos que los de los hombres.

“Los activistas combinan sexo y género de una manera que llega a ser realmente confusa”, afirmó Carole Hooven, académica y codirectora de estudios de pregrado en biología evolutiva humana en la Universidad de Harvard. Escribió el libro “T: la historia de la testosterona”. “Hay una gran brecha de rendimiento entre las poblaciones normales saludables de hombres y mujeres, y eso está impulsado por la testosterona”.

La velocista Allyson Felix ganó la mayor cantidad de medallas en campeonatos mundiales en la historia. Su mejor marca en los 400 metros fue de 49,26 segundos; en 2018, 275 chicos de secundaria corrieron más rápido.

Renée Richards fue una pionera de los atletas transgénero. Oftalmóloga y tenista amateur consumada —jugó en el Abierto de Estados Unidos y ocupó el puesto 13 en la división masculina de mayores de 35 años—, Richards hizo la transición en 1975, a los 41 años. Se unió a la gira de tenis profesional femenino a los 43 años, lo cual en términos atléticos es una edad anciana. Richards logró llegar a la final de dobles en Wimbledon y ocupó el puesto 19 del mundo antes de retirarse a los 47 años.

Richards ha expresado que ya no cree que sea justo que las mujeres transgénero compitan al máximo nivel.

“Sé que si me hubiera operado a los 22 años y luego a los 24 hubiera entrado en la gira profesional, ninguna mujer genética en el mundo habría podido ni siquiera acercarse a mí”, aseguró en una entrevista. “He reconsiderado mi opinión”.

Pasear por las gradas de los campeonatos de natación femenino en marzo en el Instituto de Tecnología de Georgia y hacer preguntas referentes a Thomas fue encontrarse con gestos de desaprobación de padres, abuelos, hermanos y hermanas de las nadadoras. Muchos enfatizaron que las personas transgénero debían tener el mismo derecho a la vivienda, el trabajo, el matrimonio y la felicidad que cualquier otro estadounidense.

Pero también hablaron de las miles de horas que las jóvenes le dedicaban a su deporte. Desde los primeros años de su infancia, nadaban cientos de vueltas diarias, se atendían por lesiones y cuidaban su nutrición. ¿Por qué, tras haber llegado a la cima, debían competir contra una nadadora que conservaba muchas de las ventajas biológicas de un atleta masculino?

“Esto es un hombre biológico apoderándose de los deportes femeninos”, sentenció una madre. “No entiendo por qué quienes están políticamente a la izquierda no apoyan a las mujeres cis”.

La igualdad para las mujeres en los deportes llegó tras varias décadas de lucha. Hace 50 años, el presidente Richard Nixon firmó el Título IX, el cual prohibía la discriminación en la educación superior. Esto abrió las puertas a clases que anteriormente eran solo para hombres y condujo a la creación de muchos más equipos femeninos y becas para mujeres.

En 1972, una de cada veintisiete niñas practicaba deportes; hoy, dos de cada cinco lo hacen, según la Fundación de Deportes de Mujeres. La selección olímpica estadounidense de 1972 contó con 90 atletas femeninas y 339 atletas masculinos. El equipo estadounidense del año pasado en Tokio tuvo 284 atletas masculinos y una cifra récord de 329 atletas femeninas.

Algunos activistas transgénero cuestionan aspectos del Título IX, en específico su reconocimiento implícito de la diferencia biológica. Y sus partidarios, en particular el gobierno de Biden, afirman que las mujeres transgénero deben poder participar en los equipos deportivos femeninos. Han presionado por la implementación de una Ley de Igualdad federal, la cual prohibiría la discriminación basada en la orientación sexual y la identidad de género en materia de vivienda, educación, empleo y crédito.

Búsqueda de soluciones

A modo de solución, algunos señalan el caso del golf, donde, en las competencias de aficionados, una golfista superior toma un hándicap —es decir, se resta cierta cantidad de golpes posibles— cuando compite contra jugadores inferiores. Aplicado a la natación, un panel podría examinar los tiempos de carrera de Thomas, restarle segundos y dejarla nadar.

El Instituto Macdonald-Laurier, una organización con sede en Ottawa, aboga por una “categoría abierta” para hombres, atletas transgénero y mujeres biológicas, es decir, para cualquiera que quiera asumir el desafío.

Eso dejaría una categoría exclusivamente femenina para las mujeres biológicas. Esta solución evitaría la necesidad de que las mujeres transgénero deban tomar medicamentos supresores de hormonas.

Algunos activistas transgénero alegan que este tipo de distinciones serían insultantes, independientemente de la decisión de quienes compitan en su género anterior.

La solución, un balance entre género y biología, parece lejana. Y, sin embargo, una interminable angustia acompaña al status quo.

En Atlanta, un padre, que prefirió no dar su nombre, se sentó en las gradas y observó a Thomas en la competencia estilo libre de 200 yardas. El padre señaló que Thomas era mucho más alta que sus competidoras, tenía piernas y brazos largos, manos grandes y hombros anchos. El día anterior, su hija había perdido ante Thomas en la carrera de 500 yardas, y nada de esa carrera le había parecido justo para él o para su hija.

El padre fue educado cuando se anunció a Thomas y aplaudió dos veces.

Thomas perdió por amplio margen. Salió de la piscina, tomó una toalla, eludió a las nadadoras que se abrazaban y se alejó. Era una figura solitaria.

El padre observó todo eso e hizo un gesto de desaprobación con la cabeza.

“Siendo justos con Lia… Vaya, qué gran costo emocional”, afirmó. “La miro y veo la enorme presión que tiene. Y pienso: es solo una chica de 22 años”.

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