MADRID. Si hace cuatro años regresaron a Asia, con Pekín como anfitriona, heredera de Tokio 1964 y Seúl 1988, la edición del 2012 se reencuentra con la capital inglesa, que dio un giro en la historia del olimpismo en su apuesta de 1908. Dio un paso al frente tanto en su organización estructural como en la puesta en escena deportiva.
Más penurias asumió en la posterior, donde sufrió las secuelas de la II Guerra Mundial. Ahora, en pleno siglo XXI Londres afronta la organización de nuevo. Nada que ver con las acometidas precedentes, pues maneja 116 años de recorrido de este magno movimiento deportivo. Los transcurridos desde que se disputó la primera edición, en Atenas 1896, por iniciativa del aristócrata francés Pierre de Coubertin.
Desde entonces los Juegos se han celebrado puntual y periódicamente cada cuatro años. Sólo las dos Guerras Mundiales fueron capaces de estancar la progresión de este acontecimiento. La Primera provocó la suspensión de la edición de 1916 y la segunda Hechó al traste los previstos para 1940 y 1944.
Los primeros Juegos Olímpicos fueron posibles gracias a la generosidad del magnate griego Georges Averoff, que donó un millón de dracmas para la causa, el equivalente a 3.500 dólares de la
época.
Los de este verano, previstos del 27 de julio al 12 de agosto, tienen un presupuesto próximo a los 9.300 millones de libras (14.500 millones de dólares), cuatro veces superior al coste estimado cuando la capital británica presentó su candidatura en 2005. Alejado, no obstante, de los 44.000 millones de dólares que costó Pekín cuatro años antes.
La diferencia en la participación es también abismal. De la primera edición, en 1896, en la que sólo participaron trece países y 311 atletas, que compitieron en nueve deportes, hasta los más de
10.000 deportistas de 204 Comités Olímpicos Nacionales repartidos en 26 especialidades, hay una distancia brutal.
El estadounidense James B. Conolly pasó a la historia como el primer campeón olímpico al ganar la primera disciplina disputada, el triple salto. Para el país organizador el momento cumbre de los
Juegos de 1896 llegó con la victoria de Spiridon Louis en la carrera de maratón, que siguió la ruta cubierta por Filípides en el año 490 antes de Cristo.
Las dos siguientes ediciones se disputaron en París y Saint Louis (EE.UU), pero de una manera casi clandestina, sobre todo la primera, como parte del programa de la Exposición Universal que acogían esas ciudades.
Las pruebas deportivas se prolongaron en 1900 durante cinco meses. Por primera vez participaron las mujeres y el programa se amplió hasta los 19 deportes.
Después de dos ediciones de deficiente preparación y escaso eco, Londres organizó por fin unos Juegos serios en 1908. Construyó para el acontecimiento un moderno estadio, el Shepards Bush, con
capacidad para 70.000 espectadores.
Por primera vez el maratón se corrió sobre la distancia hoy reglamentaria de 42,195 kilómetros y, también como novedad, los deportes de equipo los disputaron selecciones y no clubes.
Los Juegos de 1912 en Estocolmo sentaron las bases de la competición moderna, con innovaciones como la medición electrónica de las pruebas de atletismo. Se produjo por primera vez un superávit
con respecto al presupuesto de organización.
La suspensión por la guerra de los Juegos de 1916, que debían haberse disputado en Berlín, dio paso a la edición de 1920 en Amberes, ciudad que había quedado prácticamente destruida durante el conflicto bélico.
Las negociaciones del barón de Coubertin no impidieron que Bélgica negara la participación a los países que habían sido sus enemigos en la guerra. No estuvieron presentes los deportistas de Alemania, Austria, Hungría, Turquía, Bulgaria y Polonia, ni los de la ya Unión Soviética, tras la revolución bolchevique de 1917.
Finlandia, que antes de la I Guerra Mundial había sido Ducado de Rusia, envió a sus atletas y con extraordinario éxito, como el del fondista Paavo Nurmi, ganador de tres oros y una plata.
Los Juegos de París 1924 fueron los primeros que cabe catalogar como universales, con la presencia de 44 países y 3.000 atletas.
Fueron los Juegos del ‘Tarzán’ Johnny Weissmueller, triple campeón en natación, y de los finlandeses Paavo Nurmi, que sumó a su historial cinco nuevas medallas, y Viilho Ritola, ganador de otras tantas.
Alemania no participó por temor a represalias tras su papel en la guerra.
La edición de 1928 fue para Amsterdam. Allí la participación femenina se hizo oficial, pues hasta entonces no había contado para los registros.
Los Juegos de 1932 se disputaron en Los Ángeles gracias al apoyo económico de los magnates del cine, que solventaron el problema con que se encontró el COI tras la depresión de 1929.
Mayor problema fue, con todo, la utilización política que el régimen nazi hizo de los Juegos de 1936, con sede en Berlín.
Alemania los preparó a modo de ensalzamiento de la raza aria, pero el atleta estadounidense Jesse Owens, negro, echó por tierra todas las teorías nazis con la consecución de cuatro medallas de oro, ante
los ojos asombrados de Adolf Hitler.
Tras la II Guerra Mundial (1939-1945) y la consiguiente suspensión de los Juegos de Tokio’40 y Londres’44, los Juegos se reanudaron en la capital británica en 1948 y, como ya había sucedido al final de la I Guerra, los perdedores, en este caso Alemania y Japón, no fueron invitados.
La organización y los resultados acusaron la penuria postbélica, pero aún así se registraron en los estadios grandes gestas, como la de la holandesa Fanny Blankers-Koen, a sus 32 años ganadora de
cuatro medallas de oro en atletismo.
Cuatro años después, en Helsinki’52, el checo Emil Zatopek tuvo una cita con la historia al hacerse con el triunfo en los 5.000 y10.000 metros y en el maratón, prueba ésta en la que competía por primera vez.
En fútbol se impuso la sensacional selección húngara de la época, con Puskas, Czibor y Kocsis.
El envidiable ambiente deportivo de Helsinki, con continuas muestras de deportividad y de hermandad entre las naciones, pese a las tensiones de la Guerra Fría, se rompió en la edición de 1956, en
Melbourne, que fue boicoteada por seis países, entre ellos España, en protesta por la invasión soviética de Hungría.
Por primera vez el medallero fue favorable a los soviéticos, que sumaron 37 medallas de oro, por 32 los estadounidenses.
Los Juegos de Roma’60 consagraron a grandes figuras de la historia del deporte, como los púgiles Cassius Clay y Nino Benvenutti, el maratoniano Abebe Bikilia o la velocista Wilma Rudolph, cuyas proezas fueron vistas por primera vez en directo por televisión.
El COI fue capaz de solucionar diplomáticamente posibles conflictos entre las dos Alemanias y las hizo competir como un sólo equipo y desfilar al son de la novena sinfonía de Beethoven.
El renacer industrial de Japón permitió la organización en 1964 en Tokio de unos Juegos modernos, en instalaciones deportivas de alta calidad. Encendió el pebetero del Estadio Olímpico un joven que
había nacido en Hiroshima el día en que cayó la bomba atómica.
La celebración en 1968 de los Juegos de México, deportivamente brillantes, quedó empañada por los trágicos sucesos de diez días antes en la Plaza de las Tres Culturas, en la que murieron cientos
de personas cuando las fuerzas del orden abrieron fuego contra una revuelta estudiantil.
Entre la lluvia de récords en las pruebas de atletismo y natación destacó la marca histórica del estadounidense Bob Beamon en salto de longitud, 8,90 metros, imbatida hasta 1991.
Varios atletas estadounidenses negros aprovecharon los Juegos para reivindicar el poder de su raza. Tommie Smith y John Carlos subieron al podio a recoger sus medallas vestidos de negro, con un puño en alto enfundado en un guante también negro, lo que les supuso u expulsión de la Villa Olímpica.
El episodio más triste de la historia de los Juegos se produjo en 1972, cuando ocho terroristas palestinos entraron en las dependencias israelíes de la Villa Olímpica y, tras matar a dos personas, tomaron como rehenes a nueve atletas. Exigían la liberación de 200 presos palestinos. El asalto de la policía desencadenó una matanza que terminó con 17 personas fallecidas, entre ellos los nueve deportistas.
En las pruebas deportivas, un nombre para recordar: el del estadounidense Mark Spitz, ganador de siete medallas de oro, una marca aún no superada. Y también una final memorable, la de baloncesto entre Estados Unidos y la URSS. Los norteamericanos no habían perdido ninguno de los 62 partidos de su historia olímpica pero la racha se truncó en Múnich, con una canasta de Serguei Belov en el último segundo; los perdedores no admitieron la derrota y renunciaron a la plata.
La gimnasta rumana Nadia Comanecci fue la reina de los Juegos de Montreal, en 1976, con los primeros dieces -siete- de la historia.
Fueron unos Juegos boicoteados por la mayor parte de los países africanos, en protesta por la participación de Nueva Zelanda, que había competido en la Sudáfrica del ‘apartheid’, y precedidos por
serios problemas organizativos, hasta el punto de que el Estadio Olímpico no se llegó a terminar y se inauguró sin la gran torre que debía sostener el techo que cubría el graderío.
El boicot de gran parte de las potencias capitalistas -encabezadas por Estados Unidos-, que justificaron su ausencia por la invasión soviética de Afganistán, marcó en 1980 el desarrollo de
los Juegos de Moscú.
El bloque soviético, con la excepción de Rumanía y Yugoslavia, devolvió a Estados Unidos la moneda en los Juegos de Los Angeles’84.
Fueron dos ediciones excelentemente organizadas pero cuyos resultados deportivos perdieron valor al estar incompleta la nómina de los mejores del mundo.
El estadounidense Carl Lewis fue el gran protagonista de los Juegos de 1984 al hacer realidad su sueño de igualar las cuatro medallas conseguidas por su compatriota Jesse Owens en Berlín’36
-100, 200, relevos 4×100 y longitud-.
Con una organización prácticamente privada -el Estado sólo aportó las fuerzas de seguridad-, se consiguieron en Los Angeles unos 150 millones de dólares de ganancias.
El positivo por esteroides anabolizantes en Seúl del atleta canadiense Ben Johnson, que había pulverizado el récord mundial de los 100 metros lisos con el increíble registro de 9.79, conmocionó
al mundo en los Juegos de 1988.
Desde entonces, el COI endureció su política antidopaje y aplicó una política de tolerancia cero que no siempre fue seguida por gobiernos y federaciones deportivas.
Los Juegos de Barcelona’92 supusieron la reunificación de la familia olímpica después de años de boicoteos y tensiones. Sudáfrica fue readmitida tras la llegada al Gobierno de Nelson Mandela, el
desmembramiento de la URSS se solucionó con la participación del llamado ‘equipo unificado’ e incluso los atletas de la sancionada Yugoslavia pudieron competir bajo la bandera olímpica.
El bielorruso Vitali Scherbo, con seis oros en gimnasia, fue la estrella de los Juegos. Los profesionales de la NBA, con Michael Jordan y Magic Johnson a la cabeza, participaron por primera vez en
una cita olímpica.
Atlanta’96 resultó un fracaso organizativo, con problemas en el transporte y en los sistemas informáticos, pero un éxito deportivo gracias a actuaciones como las de Michael Johnson, que batió el
récord mundial de 200 lisos, o la de Carl Lewis, que ganó su noveno oro olímpico.
La muerte de dos personas por la explosión de una bomba en el Parque Centenario, principal zona recreativa de Atlanta, dejó en evidencia el complicado dispositivo de seguridad puesto en marcha
para los Juegos. La autoría del suceso nunca fue aclarada.
Estados Unidos volvió a imponerse en el medallero general veintiocho años después: con excepción de Los Angeles’84, boicoteados por el bloque soviético, los norteamericanos no ganaban unos Juegos desde México’68.
Sydney 2000, los Juegos del Milenio, resultaron una cita inolvidable. El profundo conocimiento deportivo del público, su respeto por los atletas de toda nacionalidad y la intachable organización pusieron el listón muy alto a ediciones futuras.
La natación fue el deporte estrella de los Juegos. Se batieron quince plusmarcas mundiales, con los holandeses Pieter van den Hoogenband e Inge de Bruijn como máximos protagonistas. Cada uno
impuso tres récords.
La estrella del Estadio Olímpico fue la australiana Cathy Freeman, que paseó su condición de aborigen en dos actuaciones memorables: el encendido del pebetero en la ceremonia inaugural y la
victoria en la final de 400 metros libre.
Más de un siglo después los Juegos regresaron a Atenas, en el 2004. Durante diecisiete días la capital helena acogió los eventos deportivos más costosos de la historia. Más de once mil atletas representaron a 202 países.
El símbolo de estos Juegos fue la corona de laurel, en representación de la antigua Grecia en la primera cita olímpica.
Atenea y Febo, dioses protectores de la ciudad, fueron las mascotas oficiales.
Atenas 2004 pasó a la historia como los Juegos de la consagración en el Olimpo del nadador estadounidense Michael Phelps y del atleta marroquí Hicham El Guerrouj. El primero logró ocho medallas, igualando así el récord hasta entonces en una misma cita olímpica. Sin embargo, no pudo batir el de su compatriota Mark Spitz y superar las siete medallas de oro logradas por éste en Múnich’72.
Por su parte, El Guerrouj hizo doblete en 1.500 y 5.000, algo que no pasaba desde hacía 80 años. El último en lograrlo había sido el legendario finlandés Paavo Nurmi, en 1924.
Otros hechos destacados fueron el doblete de Argentina en baloncesto y fútbol, el sorprendente éxito chileno en tenis masculino, con oro y bronce en individuales y título en dobles, y la habitual victoria de la piragüista alemana Birgit Fischer, acostumbrada al éxito, ya que desde la edición de 1980, siempre ha logrado ganar una prueba en todas los Juegos que ha participado.
Excepto en 1984. No asistió a causa del boicot de su país a Los Ángeles.
La gran decepción en Atenas fue la selección estadounidense de baloncesto, que sólo pudo hacerse con el bronce. Argentina acabó con el mito al derrotarla en las semifinales.
Los Juegos Olímpicos de la era moderna regresaron a Asia diez años después, por tercera vez en la historia, en Pekín 2008, que coronaron al nadador estadounidense Michael Phelps, con ocho medallas de oro y siete récords del mundo, y al atleta jamaicano Usain Bolt, con tres oros y otros tantos registros mundiales, en las dos estrellas con más brillo de los XXIX Juegos.
También fueron exitosas, como reconocieron su preseas, las actuaciones de la selección olímpica de fútbol, de la estadounidense de baloncesto, que recuperó el dominio en este acontecimiento, de la
rusa de natación sincronizada, y de la china de gimnasia.
Junto a todos ellos, encontró espacio en la gloria olímpica de Pekín el tenista español Rafael Nadal, que aportó el primer oro almedallero del tenis español en toda su historia, horas antes de
convertirse, oficialmente, en número uno del mundo.
Fueron los primeros Juegos en ser producidos y transmitidos totalmente en televisión de alta definición, siendo vistos por más de 4000 millones de personas, a nivel mundial. También resultaron los más costosos de la historia.