Una nueva edición de los Juegos Olímpicos está por inaugurarse, en una localidad donde los habitantes se encuentran temerosos de que la celebración deportiva deje como legado una serie de instalaciones que en poco tiempo serán “elefantes blancos”, y una deuda que tardará generaciones en pagarse.
Mientras tanto, el país anfitrión intenta recuperarse de un escándalo reciente de corrupción que dejó acéfalo el gobierno.
No, ésta no es una remembranza de los Juegos de Verano realizados el año pasado en Río de Janeiro. Es una perspectiva de los Juegos de Invierno que comenzarán el 9 de febrero en Pyeongchang, Corea del Sur.
Y la ubicación de esta sede incorpora inquietudes geopolíticas al ya complicado panorama económico de los Juegos. Pyeongchang es una localidad montañosa que se ubica a escasos 80 kilómetros (50 millas) de la zona desmilitarizada entre las dos Coreas.
En ninguna otra frontera del mundo existe semejante despliegue de militares y armamento como el que hay entre estos dos países, que se enfrentaron en una guerra entre 1950 y 1953. Aquella conflagración terminó con un armisticio, no con un tratado de paz, por lo que técnicamente persiste la guerra entre las Coreas.
En 2017, Corea del Norte ha realizado ensayos nucleares y ha probado el lanzamiento de 20 misiles balísticos. El último se llevó a cabo el 29 de noviembre, justo cuando Corea del Sur había intensificado su campaña para promover los Juegos de Pyeongchang, tras una serie de retrasos en la construcción de las instalaciones, controversias por costos que rebasaron lo presupuestado y dudas manifestadas por los patrocinadores.
El presidente surcoreano Moon Jae-in debió convocar a una reunión de seguridad nacional, a fin de revisar la forma en que la crisis por el programa nuclear de su rival del norte podría afectar la realización de los Juegos Olímpicos de Invierno.
Los organizadores han confiado en que más de un millón de espectadores asistan a los Juegos, incluidos unos 300.000 turistas extranjeros.
“No tendría sentido que nadie cancelara sus boletos a Pyeongchang por los temores sobre Corea del Norte”, dijo Sung Baikyou, funcionario del Comité Organizador de los Juegos. “No hay guerra. Nadie está lanzando bombas en Pyeongchang”.
El éxito comercial y de organización en Pyeongchang 2018 le vendría bien a un país que durante el último año ha ocupado los titulares de la prensa internacional por el escándalo que desembocó en la destitución y encarcelamiento de la presidenta Park Geun-hye y por la tensión con el líder norcoreano Kim Jong Un.
Apenas el 7 de diciembre, surgieron incluso dudas sobre la participación de Estados Unidos en los Juegos. Nikki Haley, embajadora estadounidense ante Naciones Unidas, dijo a la cadena Fox News que “es una pregunta abierta” si la delegación de su país acudiría a Corea del Sur.
Luego que el Comité Olímpico de Estados Unidos manifestó su extrañeza por la declaración, el gobierno del presidente Donald Trump tuvo que aclarar su postura.
“Estados Unidos está ansioso por participar en los Juegos Olímpicos de Invierno en Corea del Sur”, indicó en un tuit Sarah Huckabee Sanders, la vocera de la Casa Blanca. “La protección de los estadounidenses es nuestra prioridad, y nos involucramos con los surcoreanos y otras naciones aliadas para proteger las sedes”.
Lo que es seguro es que muchos deportistas rusos no podrán participar. Y quienes lo hagan no vestirán sus colores nacionales, no mostrarán ni verán izarse su bandera, y no escucharán su himno, como parte de las sanciones impuestas por el COI tras el descubrimiento de un programa de dopaje auspiciado por el estado durante la edición anterior de los Juegos Olímpicos de Invierno en Sochi.
Ese es el más reciente titular problemático para el COI, en una era en que los Juegos se han vuelto tan onerosos que más de una ciudad los ha considerado indeseables.
En septiembre, durante su asamblea en Lima, el COI confirmó la inusitada decisión de otorgar simultáneamente dos sedes de los Juegos Olímpicos de Verano _París 2024 y Los Ángeles 2028. Ambas ciudades competían originalmente por la edición de 2024, pero el COI no quiso desairar a alguna, particularmente después que quedaron como únicos candidatos tras el retiro de Hamburgo, Roma y Budapest.
El COI ha tenido problemas para encontrar candidatos para albergar los Juegos de Invierno de 2026, los próximos que necesitan sede después de los de 2022 en Beijing.
Los Juegos invernales costarán a Corea del Sur unos 14 billones de wones (12.900 millones de dólares). En 2011, cuando Pyeongchang consiguió la sede, se estimaba que el costo sería de entre 8 y 9 billones (7.000 a 8.000 millones de dólares).
Y el legado es cuestionable. El Estadio Olímpico para 35.000 espectadores sólo se usará en las ceremonias de inauguración y clausura de los Olímpicos y Paralímpicos antes de su demolición.
“¿Qué bien hará realmente un evento global bien organizado para los residentes?”, preguntó recientemente Lee Do-sung, dueño de un restaurante local, entrevistado por The Associated Press. “¿Qué dejarán los Juegos? Tal vez sólo deuda”.