Chiba (Japón). (EFE). La paratleta afgana Zakia Khudadadi debutó este jueves en los Juegos Paralímpicos de Tokio entre gran expectación tras su sorpresiva y secreta llegada a Japón después de huir de Afganistán a raíz de la vuelva al poder de los talibanes.
Khudadadi, de 23 años, que cobró notoriedad en su país tras ganar el Campeonato Internacional de Parataekwondo Africano de 2016 a los 18 años, se convirtió en una figura viral a principios de agosto tras publicar un mensaje de auxilio en redes sociales para salir del país tras la toma de la capital por parte del grupo integrista.
“Mi intención es participar en los Juegos Paralímpicos de Tokio 2020, por favor, tomen mi mano y ayúdenme. (…) No permitan que los derechos de una ciudadana afgana en el movimiento paralímpico sean arrebatados tan fácilmente”, decía mientras pedía ayuda para salir del país, sin vuelos comerciales y con las mujeres ocultas en casa.
El sueño de Khudadadi y su único compañero de equipo, el velocista Hossain Rasouli, parecía perdido entre el caos reinante e incluso el Comité Paralímpico Internacional y los organizadores de Tokio 2020 anunciaron que no participarían porque no podían viajar.
Ambos aterrizaron por sorpresa en la capital japonesa el pasado día 28, cuatro días después de la inauguración, tras haber huido en secreto a París, donde habían estado entrenando.
Los organizadores reconocerían posteriormente que dejaron desfilar en solitario a la bandera de Afganistán en la ceremonia de apertura de los Paralímpicos no sólo como mensaje de apoyo al país, que en principio se anunció que no participaría por la situación caótica, sino ante la esperanza de que llegaran a Tokio a tiempo.
Rasouli no pudo participar en la prueba que le correspondía inicialmente, pero debutó el martes en salto de longitud.
Khudadadi tuvo suerte. Compitió hoy en su modalidad, la categoría K44 de menos de 49 kilos de taekwondo, convirtiéndose en la primera practicante de este deporte, varón o mujer, en representar a Afganistán en los Paralímpicos, donde el taekwondo está de estreno.
La afgana inauguró la sesión y primera jornada de este deporte en la cita tokiota. Salió al tatami entre aplausos y mensajes de ánimo de los limitados asistentes de la familia paralímpica y los medios.
Su primera oponente en octavos de final fue la uzbeca Ziyodakhon Isakova, que la derrotó por 17-12; y posteriormente se midió a la ucraniana Viktoriia Marchuk en la repesca de cuartos, donde le arrebató la opción de seguir avanzando para luchar por uno de los dos bronces en disputa al llevarse el combate por 48-34.
Para protegerlos de los focos mediáticos, se decidió que ni Khudadadi ni Rasouli atenderían a los periodistas durante el torneo.
Original de la provincia de Herat, en el oeste de Afganistán, Khudadadi tiene sólo un brazo funcional, el derecho. Empezó a practicar deporte por el taekwondista Rohullah Nikpai, bronce en los Juegos Olímpicos de Pekín 2008 y Londres 2012, primer y hasta el momento único medallista afgano en unos Juegos.
“Recuerdo claramente haber visto a Nikpai lograr las medallas para Afganistán. Me inspiré en él y decidí dedicarme al deporte y, afortunadamente, mi familia también me apoyó”, ha contado la atleta en declaraciones a los organizadores.
La afgana todavía rememora su emoción cuando recibió la noticia de que había obtenido un comodín para competir en Tokio. “Me sorprendió pero también me preocupé porque tenía sólo dos meses para prepararme sin casi instalaciones”, contaba Khudadadi escasos días antes de la entrada en Kabul de los talibanes y el colapso del gobierno afgano.
Con su participación de hoy, Khudadadi se convirtió en la segunda mujer en representar a su país en unos Paralímpicos tras la aparición de la velocista Mareena Karim en Atenas 2004. Su participación, aunque histórica, pasaría más desapercibida que la de sus compañeras olímpicas Robina Muqimyar y Friba Razayee.
La aparición de Khudadadi es también significativa y simbólica por la incertidumbre que rodea al destino de las mujeres afganas y en especial el de las deportistas.
El grupo integrista ha afirmado que los derechos de las mujeres en Afganistán serán respetados “dentro del marco de la ley islámica”, la sharía. Este código, del que los talibanes imponen una interpretación estricta, prohíbe el deporte a las mujeres.
Las afganas ya fueron privadas del derecho de practicar deportes durante el gobierno talibán vigente entre 1996 y 2001. No sería hasta la caída de éste, con la invasión estadounidense, que las mujeres pudieron retomar esta actividad y volver a soñar con convertirse en campeonas, erigidas en un símbolo de liberación.
La vuelta de los talibanes plantea dudas sobre el devenir de estas profesionales. La excapitana de la selección nacional de fútbol, Khalida Popal, ha hecho un llamamiento a sus compañeras en el país para que quemaran sus equipaciones y borraran todas sus fotos en redes para evitar ser identificadas y perseguidas.
La capitana de la selección afgana de baloncesto en silla de ruedas, Nilofar Bayat, ha pedido asilo en España, entre otros casos.
“Fuiste hecho para hacer cosas difíciles, así que cree en ti mismo”, se dice la taekwondista Khudadadi como un mantra. Habrá que esperar a ver si las mujeres afganas pueden desplegar sus alas para ello o serán, una vez más, enjauladas.